miércoles, 1 de noviembre de 2006

La voz de los jóvenes

Qué joven no se siente aludido al escuchar la típica frase “déjenlo, que está en la adolescencia”. Sí, adolescencia, esa odiosa palabra que es sinónimo de aprovechamiento juvenil (por parte de los adultos), o de una compleja incomprensión, (según los menores). Y es que hay que ser adolescente para entenderlo, o por lo menos estar en la etapa, porque los adultos, que pasaron por ello, parecen cada día haberlo olvidado más.

Pobre aquel que deja pasar las horas impávido, inmóvil ante cualquier estímulo que no sea una mujer o un auto último modelo. Pobre la ingenua que cayó en un oscuro abismo por culpa de algún amor o enamoramiento efímero, que dibujo silenciosa un mundo de hadas donde ella era la protagonista que encontraba ilusa a un gran príncipe azul. Por qué no mencionar también a los que pensaron en la inutilidad de su existencia, intentaron ahogar sus sufrimientos, o simplemente luchan cada día “por lo que creemos justo”, manejados por ideales benévolos para ellos, que se ajustan a la carta de jóvenes que solo piden un poco de orientación, de entendimiento, de identidad propia, y siguen a cualquiera que muestre una pizca de interés por sus problemas, les ofrezca un nuevo camino, les convenza de objetivos pre-formulados que logran envolverlos y transformarlos magníficamente en nuevos líderes e impulsadores de movimientos que, de una u otra forma, llegan a englobar pueblos, comunas, ciudades, e incluso regiones enteras.

El último punto es, sin duda, fundamental. El adolescente es un ser débil, es quien se busca incesantemente, y es también el blanco perfecto de organizaciones que, en simples palabras, conforman verdaderos cantones de reclutamiento disfrazados de falsos ideales o de prometedoras esperanzas de un “mundo mejor, más igualitario y más justo”. Y los adolescentes terminamos creyéndonos el cuento de la lucha por la igualdad, la justicia, la desaparición de la pobreza y las clases sociales o, en un punto más radical, la aspiración a un cambio rotundo del actual sistema. Luego de visualizar algunos evidentes problemas de nuestra sociedad, nos dejamos convencer casi de una manera absurda, abrazándonos férreamente a ideales que nos prometen tanto, tanto que llegamos a arriesgar nuestra condición legal por un conflicto no escuchado hace años. Se sienten nuevos aires, nuevos liderazgos, pero ¿es el poder de los jóvenes o el manejo de éstos a favor de antiguas demandas? ¿Son sus problemas o son la nueva voz de quienes encontraron en el adolescente una nueva forma de dar a conocer viejos descontentos? ¿Son ellos? ¿Lo son realmente?

Remontémonos algunos años atrás, donde las necesidades de la sociedad, los abusos, no tenían tantas opciones de ser escuchados, no contaban con el derecho a manifestarse, a organizarse o a reunirse libremente. ¿Qué pasa ahora? Ciertamente llegó la democracia, este querido sistema que ha sido capas de levantar gritos masivos, difundidos a susurros en años lejanos, que considera los derechos del hombre y ampara el respeto de éstos en las soberanas sociedades. Entonces, aquella fuerza popular movida por la carencia de antaño, por el hambre o alguna otra catástrofe, se convierte en una exigencia por lo que se “considera justo”. Todos tenemos el derecho a exigir, todos podemos dar a conocer a los cuatro vientos que no nos gusta una u otra cosa; de pronto salen todos los reproches, las deudas, las desconfianzas, los conflictos, las nuevas necesidades, las nuevas políticas y sus infaltables opositores. Pero, detrás de cada movimiento, de cada bloque, de cada tendencia, se va entramando una nueva red, un conjunto de incansables y desconocidos individuos que se encargan de prolongar su objetivo en las posteriores generaciones, gente que se mueve casi como en territorio clandestino, buscando nuevos seguidores, nuevos integrantes de sus organizaciones, nuevas mentalidades que sigan cultivando lo que ellos pretenden que sientan como el bien inmediato, es aquí donde somos considerados, somos catalogados como la futura voz de mando, quienes tendremos, en algunos años más, el poder de decidir, de otorgar nuestro poder democrático y organizar a nuestra sociedad. Debido a esto, ahora nos encontramos con verdaderas escuelas para los jóvenes, donde nos podrán convencer hábilmente de lo importante que somos para el futuro del pueblo o la economía nacional, para un camino hacia la justicia o para el resguardo del medioambiente.

Adherir a más jóvenes en alguna ideología es, ciertamente, un exhaustivo trabajo, donde el adolescente se siente importante, se siente con el deber de tomar alguna determinación sobre el acontecer nacional, ser participante activo de la ciudadanía, obedecer a los cánones que le imponen sus “propios” valores y seguir el camino que quienes abrieron su mente y le mostraron la realidad. Lo increíble de esto es que nos dejamos llevar, y aquellos que se comprometieron con lo que nosotros creímos relevante, juegan hoy con nuestra voz, ¿la manejan? Sí, la manejan, la conducen hacia sus propios intereses y terminan ganando conflictos que pensábamos perdidos, firmando acuerdos casi de carácter diplomático y, finalmente, desgastando la esperanza que tenemos los jóvenes por una mejor sociedad.