viernes, 28 de julio de 2006

Deseos

Y siento como mi vida cambia, lentamente va sufriendo modificaciones que jamás pensé vivir, y entonces, aparecen como sueños inalcanzables aquellos deseos, aquellas ilusiones, aquellas anheladas miradas, máscaras de pensamientos indescriptibles que sueñan con alguna vez salir a tu encuentro.

martes, 25 de julio de 2006

¿Quién eres, neurópata? ¿Quién eres?

Yo sí sé quién es Neurópata, lo conocí muy bien estos últimos años. Al principio no me caía bien, lo odiaba, me angustiaba su presencia, no sabía cómo pensaba, ni si lo que decía lo sentía realmente. Luego pasó un largo tiempo en soledad, nada le importaba, no distinguía de lo verdaderamente importante y lo dramático de su existencia era simplemente que no se aguantaba a sí mismo. Ese mundo era desolador, pero tenía que enfrentarlo. Las lágrimas solían aflorarle apenas lo tocaban, las penas silenciosas de su alma entristecían y alejaban a cualquiera que quisiera acercársele. Perdió a mucha gente, y lo peor es que sabía que era por su culpa. Sus amigos no lo entendían, su familia no se daba cuenta de nada, y así, todo en su vida era oscuridad. Temía no poder soportarlo más, o soportarse más. Las noches eran angustiosas, no sabía si sería bueno despertar, como siempre, a la misma rutina, rodeado de las mismas personas, pero a la vez, tan solo. Y pidió ayuda, pero nadie supo entregársela, porque el único consejo que recibía era “Tienes que pasar tú solo por esto”. Los días se le hacían largos, su mundo se tornaba en hacer cosas para no pensar, aunque jamás tuvo tal valentía de afrontar sus reales temores. A veces sintió discriminación de parte de sus compañeros, es que era especial, o es que no lo entendían, o es que no lo conocían. A pesar de todo, supo tragarse cada mirada, cada ausencia, cada lamento, hasta que finalmente entendió lo que tal vez era la respuesta a sus males. Supo que él era así, que tenía un lugar en el mundo y dependía de él aprovecharlo al máximo, satisfacer sus máximos anhelos y convivir, conocer al resto de las personas que se desenvuelven misteriosamente ante nosotros, que pasan por los mismos delirios y que también gritan, silenciosamente, por una mano, una ayuda. Y salió de su oscuridad, y cada día que pasa se redescubre, se sorprende y se desilusiona, pero sabe que, ahora más que nunca, tiene que aprender a disfrutar. Ese era yo. Ahora, trato de empezar de nuevo, o de retomar lo perdido.

miércoles, 19 de julio de 2006

Bodas

La noche amanecía y el tiempo cesaba ya su marcha. ¿Cuando pensarías que todo iba a acabar así? El aire estaba frío, tú salías contenta de un largo día de trabajo, habitualmente cansada y aliviada a la vez por el término de la jornada. Reías, sabias que algo bueno te esperaba en pocos días, una boda.

Tanto esperaste por una sola frase: “te quieres casar conmigo”. Ese era tu sueño, esa era tu plena realización. Desde pequeña anhelaste que un príncipe azul te deleitara con tamaña proposición, se trataba de un cambio rotundo, de la posibilidad de ser madre, de formar una familia, de satisfacer tus ahogantes deseos de amar y sentirse querida. Mamá siempre lo decía: serás tan feliz el día de tu boda.

Seguías caminando, con ese aire de despreocupación que embriaga a los corazones enamorados. Cruzabas calles, caminabas. Todo era una mera rutina, una de tantas otras que solo variaban en aquellos días donde salías con tus amigos o tu novio te llevaba a algún lugar cualquiera, y dices cualquiera porque no importaba el lugar cuando estabas con él.

Y esa era tu verdad, nada te importaba cuando estabas con él. Lo conocías muy bien, desde jóvenes compartían los mismos intereses y disfrutaban de una larga amistad que tardaría su tiempo en convertirse en algo realmente profundo. Temías al engaño, al sufrimiento, a la tortura de la desilusión, pero esta vez te arriesgaste. Juntos formaron una gran pareja, una gran unión, una deliciosa transformación de lo más puro que fue el amor entre ustedes. Todos tus vacíos se llenaron en aquellos días de pasión. Pasaría un tiempo para que las campanas de boda sonaran por todo lo alto, un tiempo para ti inolvidable, un tiempo que jamás alcanzaste a disfrutar.

Por fin llegas a casa, es decir, por fin llegamos. La noche en su oscuridad devela misterios insospechados.

Tu casa era tu símbolo de estabilidad e independencia. El cordón umbilical se había cortado de raíz al comprar esta casa. Todos tus gastos eran exclusivamente para adornar el dulce hogar, aunque últimamente el vestido de novia era el que más te preocupaba.

Aliviada, te sacas el abrigo, dejas tus cosas encima de la mesa y te diriges a la cocina. Tomas un vaso, lo llenas de vino y te diriges a tu habitación, donde te sumirías en un profundo sueño, merecido descanso luego de una larga semana. Subes las escaleras, llegas a tu pieza, te cambias de ropa entre sombras descuidadas que acarician tu figura, entre curiosos que no pretenden más que un suspiro entre dientes.

Pero no sabías que ahí también estaba yo. No sabías cuán fácil es abrir tu puerta y seguir tus pasos entre la niebla, no sabías cuántas veces había planeado todo esto. No sabias, y ahora lo lamentabas.

Te contemplaba silencioso entre la puerta y la muralla. Por un espacio tan pequeño descubría placentero tu dorada belleza, mis manos temblaban, húmedas, dejando entrever el desbordante deseo que inspirabas en mí. Tú estabas ahí, frágil, orgullosa. Las sábanas dejaban poco a la ignorancia y mucho a la imaginación pecaminosa que mis pensamientos no dejaban de procesar. Me acerqué lentamente, sin que me descubrieras, disfrutando de este aire perfumado, impregnado de ti. Entonces fue cuando rápidamente, como un tigre persigue a su presa, te atrapé entre mis brazos y subí a tu lecho, luego tome un pañuelo y lo introduje en tu boca, tu pequeña boca que gritaba y gritaba en busca de ayuda y que yo solo deseaba que pronunciara mi nombre.

Qué bella te veías, temerosa e inocente bajo mi cuerpo. Tus manos querían liberarte, pero no eran lo bastante fuertes para socorrerte. Yo solo quería tenerte, yo solo quería amarte. ¿Por qué me obligaste a hacer esto? ¿Por qué no era a mí a quien querías? Yo te hubiera dado el paraíso si tú lo pedías, te hubiera comprado los mejores manjares, hubiera tenido muchos hijos contigo, te hubiera hecho feliz. Pero me ignoraste, y por eso ahora sufres.

Tu llanto me enloquecía, pero más me hacían desearte. Te despojé de tus ropas y recorrí cada espacio imaginado. Tú llorabas, tú llorabas. Ahogaré tus llantos, ahogaré tu pena, desde lo más profundo de tu ser. Eres mía, lo eres, lo sientes, lo sufres, te lastima. Que placer, que dicha, que delicia tu cuerpo que ahora es mío, que baila con mi ritmo, que yo tomo de tus caderas y sumerjo en aguas silenciosas, llenas de dolor, llenas de amargura y soledad, pero eres mía, solo eso es lo que importa.

Llegamos a lo máximo, tú alojas mi recuerdo, yo estoy agotado, tú ya no sirves de consuelo, ya no sientes, ya perdiste tu frescura, perdiste tu pureza, ya no vales nada, ni juicio ni condena. Qué triste la vida, que mala tu suerte, aquella noche de tormentosos lamentos que acababa contigo tan bruscamente. No podía dejarte así. No podía verte sufrir de esa manera. Tus ojos devoraban la más oculta piedad que podía sentir por ti, me pedían a gritos tu libertad, rogaban angustiados una salida, que no pude negar, porque te amaba, porque siempre te he amado, siempre lo haré.
Tú no te escaparías, estabas agotada, casi inconsciente. Corrí a la cocina y saque un cuchillo, luego volví a tu cama, acaricié por última vez tu cuerpo, y de una tocada terminé con tu angustia. Tu cuello sangraba y mi culpa terminaba por fin con mi existencia.