miércoles, 19 de julio de 2006

Bodas

La noche amanecía y el tiempo cesaba ya su marcha. ¿Cuando pensarías que todo iba a acabar así? El aire estaba frío, tú salías contenta de un largo día de trabajo, habitualmente cansada y aliviada a la vez por el término de la jornada. Reías, sabias que algo bueno te esperaba en pocos días, una boda.

Tanto esperaste por una sola frase: “te quieres casar conmigo”. Ese era tu sueño, esa era tu plena realización. Desde pequeña anhelaste que un príncipe azul te deleitara con tamaña proposición, se trataba de un cambio rotundo, de la posibilidad de ser madre, de formar una familia, de satisfacer tus ahogantes deseos de amar y sentirse querida. Mamá siempre lo decía: serás tan feliz el día de tu boda.

Seguías caminando, con ese aire de despreocupación que embriaga a los corazones enamorados. Cruzabas calles, caminabas. Todo era una mera rutina, una de tantas otras que solo variaban en aquellos días donde salías con tus amigos o tu novio te llevaba a algún lugar cualquiera, y dices cualquiera porque no importaba el lugar cuando estabas con él.

Y esa era tu verdad, nada te importaba cuando estabas con él. Lo conocías muy bien, desde jóvenes compartían los mismos intereses y disfrutaban de una larga amistad que tardaría su tiempo en convertirse en algo realmente profundo. Temías al engaño, al sufrimiento, a la tortura de la desilusión, pero esta vez te arriesgaste. Juntos formaron una gran pareja, una gran unión, una deliciosa transformación de lo más puro que fue el amor entre ustedes. Todos tus vacíos se llenaron en aquellos días de pasión. Pasaría un tiempo para que las campanas de boda sonaran por todo lo alto, un tiempo para ti inolvidable, un tiempo que jamás alcanzaste a disfrutar.

Por fin llegas a casa, es decir, por fin llegamos. La noche en su oscuridad devela misterios insospechados.

Tu casa era tu símbolo de estabilidad e independencia. El cordón umbilical se había cortado de raíz al comprar esta casa. Todos tus gastos eran exclusivamente para adornar el dulce hogar, aunque últimamente el vestido de novia era el que más te preocupaba.

Aliviada, te sacas el abrigo, dejas tus cosas encima de la mesa y te diriges a la cocina. Tomas un vaso, lo llenas de vino y te diriges a tu habitación, donde te sumirías en un profundo sueño, merecido descanso luego de una larga semana. Subes las escaleras, llegas a tu pieza, te cambias de ropa entre sombras descuidadas que acarician tu figura, entre curiosos que no pretenden más que un suspiro entre dientes.

Pero no sabías que ahí también estaba yo. No sabías cuán fácil es abrir tu puerta y seguir tus pasos entre la niebla, no sabías cuántas veces había planeado todo esto. No sabias, y ahora lo lamentabas.

Te contemplaba silencioso entre la puerta y la muralla. Por un espacio tan pequeño descubría placentero tu dorada belleza, mis manos temblaban, húmedas, dejando entrever el desbordante deseo que inspirabas en mí. Tú estabas ahí, frágil, orgullosa. Las sábanas dejaban poco a la ignorancia y mucho a la imaginación pecaminosa que mis pensamientos no dejaban de procesar. Me acerqué lentamente, sin que me descubrieras, disfrutando de este aire perfumado, impregnado de ti. Entonces fue cuando rápidamente, como un tigre persigue a su presa, te atrapé entre mis brazos y subí a tu lecho, luego tome un pañuelo y lo introduje en tu boca, tu pequeña boca que gritaba y gritaba en busca de ayuda y que yo solo deseaba que pronunciara mi nombre.

Qué bella te veías, temerosa e inocente bajo mi cuerpo. Tus manos querían liberarte, pero no eran lo bastante fuertes para socorrerte. Yo solo quería tenerte, yo solo quería amarte. ¿Por qué me obligaste a hacer esto? ¿Por qué no era a mí a quien querías? Yo te hubiera dado el paraíso si tú lo pedías, te hubiera comprado los mejores manjares, hubiera tenido muchos hijos contigo, te hubiera hecho feliz. Pero me ignoraste, y por eso ahora sufres.

Tu llanto me enloquecía, pero más me hacían desearte. Te despojé de tus ropas y recorrí cada espacio imaginado. Tú llorabas, tú llorabas. Ahogaré tus llantos, ahogaré tu pena, desde lo más profundo de tu ser. Eres mía, lo eres, lo sientes, lo sufres, te lastima. Que placer, que dicha, que delicia tu cuerpo que ahora es mío, que baila con mi ritmo, que yo tomo de tus caderas y sumerjo en aguas silenciosas, llenas de dolor, llenas de amargura y soledad, pero eres mía, solo eso es lo que importa.

Llegamos a lo máximo, tú alojas mi recuerdo, yo estoy agotado, tú ya no sirves de consuelo, ya no sientes, ya perdiste tu frescura, perdiste tu pureza, ya no vales nada, ni juicio ni condena. Qué triste la vida, que mala tu suerte, aquella noche de tormentosos lamentos que acababa contigo tan bruscamente. No podía dejarte así. No podía verte sufrir de esa manera. Tus ojos devoraban la más oculta piedad que podía sentir por ti, me pedían a gritos tu libertad, rogaban angustiados una salida, que no pude negar, porque te amaba, porque siempre te he amado, siempre lo haré.
Tú no te escaparías, estabas agotada, casi inconsciente. Corrí a la cocina y saque un cuchillo, luego volví a tu cama, acaricié por última vez tu cuerpo, y de una tocada terminé con tu angustia. Tu cuello sangraba y mi culpa terminaba por fin con mi existencia.

3 comentarios:

  1. ohhh!.
    :O
    !
    realmente
    no habi leido esto. y relamente. caro.. oh!: admiro toda esa dulzura, esa delicadeza, esa selecciond e palabras que hacen sentir cada movimiento de l ahistoria.. ohhh

    ohhh!
    magnininininninininiifiko!
    =)
    muchas congratulations!
    =)

    ResponderBorrar
  2. oye ya lei bodas...
    (tanto k me lo encargaste!)
    k real.. pero k triste

    again te digo k escribes muy bien
    presentate a un concurso literario con esto
    y ganaras

    te podria recomendar algunos libros.. tu me recomendaste uno y yo te recomendare otro... asi ambas leeremos... y haremos algo util..

    hoy no fui a clases... me dio paja...

    ya eso...

    have a nice day

    bye bye

    ResponderBorrar